Espíritu de fuego (por Michell Félix)

Michell Félix

Michell Félix

Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años atrás existió en una tribu del estado Lara una niña llamada Kirara, quien desde muy pequeña mostró un gran interés por el fuego. Sus padres la creían enferma, loca y el chamán la denominaba como “de alma salvaje” porque anhelaba el fuego; tocarlo, sentirlo e incluso ser él. Ella amaba el fuego más que a nada en el mundo.

Todos los viernes en aquella tribu se realizaba un ritual que consistía en el agradecimiento a Dios mediante el fuego sagrado, expresado a través de una gran fogata, a la cual Kirara tenía, por supuesto, prohibido ir.

Cansada de esto, una noche, antes de que acabase la fogata, escapó de su casa y huyó hacia la ya terminada ceremonia. Se acercó al chamán y le rogó que avivara el fuego, le contó de su necesidad de unirse con el crepitar de las llamas y el calor de las mismas. El chamán se dio cuenta de la severidad del asunto, notó cómo la voz de Kirara cambiaba a medida que se acercaba al fuego, cómo sus ojos brillaban y vio que el fuego casi extinto se tornaba en un color más brillante y vivo.

Con todo su esfuerzo creó un nuevo fuego que renació de las cenizas del anterior, un fuego conformado por llamas increíbles. Poco a poco Kirara fue acercándose a la nueva fogata hasta llegar a tocarla, sentirla y en un abrir y cerrar de ojos se introdujo en ella. Justo en ese momento, el fuego y Kirara se volvieron uno. Kirara no ardía,  brillaba, vivía. Despojada de toda ropa, en ella nacía un resplandor capaz de iluminar a toda la tribu, pero esto no era suficiente, Kirara necesitaba más. Su potencial aún no había sido explotado al máximo, así que con la ayuda del chamán emprendió un viaje en la búsqueda del maestro de los chamanes: el Señor de los Elementos.

Tras varios días, llegaron a aquella choza al final de la colina donde se hallaba el maestro que venían buscando. El único de la zona con el poder para ayudar a Kirara con su deseo.

Al entrar, tanto el chamán como Kirara quedaron hipnotizados por la belleza del lugar. Pinturas y arte por doquier, esculturas y figuras nunca antes vistas, pero ciertamente familiares. Y es que al prestar atención a cada una de ellas las lograban identificar con cada uno de los elementos naturales y los animales que los representaban. Una en particular llamó la atención de Kirara, se trataba de un pequeño pájaro sobre una repisa, a diferencia de todos los demás animales, este no brillaba, era una simple y rudimentaria figura de arcilla.

El maestro, al percatarse de la presencia de Kirara y del chamán, los hizo pasar y les agradeció por llegar. Les contó que los había estado esperando desde hacía mucho tiempo.

Antes de dejarlos hablar, el maestro les recitó un sueño que tuvo. Era la historia de una niña clara como el agua, libre como el aire, fértil como la tierra y brillante como el fuego, que deseaba alcanzar su destino y ser una con el fuego. Sin embargo, no era decisión fácil porque como todo tenía un lado bueno y un lado malo. Tenía luz pero también tenía oscuridad. Tenía libertad, pero también tenía soledad.

Tras la breve historia, Kirara decidió arriesgar todo y seguir su instinto, ese instinto salvaje. Quería entregarse al fuego sin importar las consecuencias.

El maestro no dudó ni un minuto acerca de la verosimilitud del deseo de la niña, pues lo veía en sus ojos, en sus gestos, lo escucha en su voz y en sus silencios. El sabía que ese era, sin duda, el destino de Kirara. Así que le ofreció como trato convertirla en un pájaro libre, justo como la pequeña escultura que yacía en sus manos. Un pájaro que nace del fuego pero también de la sombra que esconde el carácter oscuro, ese que nadie más excepto el fuego conoce de sí mismo.

A todo riesgo Kirara accedió, ya no había vuelta atrás y ella lo sabía, pero estaba bien con eso, se sentía al fin alguien, al fin con una misión.

El maestro los guió a un campo místico para llevar a cabo el trato, le explicó que su poder era limitado, pero que sin duda alguna podría cambiar un cuerpo de alma.

Con un silbido llamó a un pequeño pájaro negro con amarillo que se posó en su dedo cual rama. Poco a poco lo despojó de su espíritu, tomando de la mano a Kirara, con quien repetió la acción.

Cuando el traspaso de almas hubo acabado, la figura del pájaro que se hallaba en el ya desfalleciente cuerpo de la niña se iluminó y brilló, al mismo tiempo Kirara, ahora pájaro, entonó su primer canto. El cuerpo de Kirara cayó al piso y el pájaro emprendió su primer vuelo hacia el horizonte.

Desde ese día habita en estado Lara y en toda Venezuela una magnífica ave a la cual llaman Turpial, aunque otros, como yo, la llamamos por su nombre antiguo, Kirara, quien aún hoy canta para deleitarnos con su belleza y brillo… y con su espíritu de fuego.

Acerca de Rosario Suárez Cámara

Caraqueña, profesora de Lengua y Literatura mención Latín, tejedora y scrabblista.
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