Ricardo ya estaba acostumbrado a madrugar los días en los que tenía que ponerle gasolina a su carro. Era algo que él siempre había querido hacer (el madrugar, no el poner gasolina). Siempre se prometía a sí mismo que empezaría a ir al gimnasio, o a trotar, o a hacer algo de ejercicio para alardear y sentirse cool.
Desde que aumentó el precio de la gasolina se hacían largas colas, empezando en la mañana, en las gasolineras del Estado, pues éstas la vendían un par de pesos más barata. Ricardo acudía a una de ellas porque era la más Seguir leyendo